La clase social imposible (2017)
En una oficina más de la City de Londres un hombre cuelga el teléfono y suspira. Se reclina sobre su silla de trabajo y coloca las manos sobre su estómago, entrecruzando los dedos. Entre la pantalla parpadeante de su ordenador, el teléfono y un pequeño montón de anotaciones sobre su escritorio encuentra aquel objeto decorativo sobre la mesa. Lo contempla intentando entender cuándo y quién lo colocó en su despacho mucho antes de que él fuera contratado.

De repente el sonido de la calle, el timbre de los teléfonos, las voces de sus compañeros se suspenden entre el ritmo que marcan el choque de las bolas. 35 años atrás, a esa misma hora, rescataba su bufanda del fondo del armario (¡en pleno mes de abril!) y se palpaba los bolsillos antes de salir a las calles de Brixton. Mechero, llaves, bolígrafo y una pequeña navaja multiusos.
Salió de casa y un grupo de chicos algo más mayores que él gritaban “Queremos disturbios, ¡no trabajo!”. Sin dudarlo un momento se unió a ellos.

Era la primera vez que se utilizaba el cocktail molotov en una revuelta en Inglaterra. También fue la primera vez que la policía inglesa lanzaba gas lacrimógeno sobre sus ciudadanos. En aquel año se estrenó “Brimstone & Treacle”, un Thriller de Richard Loncraine que va sobre una pareja que tiene una hija en coma. Y como el coma en sí no parecía una trama especialmente trepidante para los ritmos occidentales, metieron a Satán en el asunto. Es un poco lo que pasó en Brixton: como no se entendía un disturbio como una la libre expresión de rechazo al sistema, tuvieron que meter otros protagonistas: racismo, marginalidad, anarquía apocalíptica y como no, desempleo. Más a allá de la película, Loncraine hizo otras cosas, como por ejemplo, el diseño la Cuna de Newton metalizada, que se popularizó en oficinas y escritorios de casi todo occidente.
Un juguete científico basado en la ley de transferencia de energía donde la misma no se crea, ni se destruye, solo se transforma. La energía se dispersa entre el sonido de las bolas, el choque y el movimiento entre sí. Un objeto sin utilidad aparente en un espacio de productividad como una oficina o un escritorio es todo un artefacto subversivo, más aún si consigue que los trabajadores paren sus tareas diarias durante un instante y se dejen seducir por el vaivén de las pequeñas esferas.

El teléfono volvió a sonar sobre el escritorio de la City de Londres y entonces la normalidad de la oficina volvió a instaurarse. Él no llegó a tiempo para descolgar.
Entre relato y conferencia performativa, la ficción permite unir distintas historias para reflexionar en torno a nuestra consciencia como sujetos productivos, planteando la improductividad como un espacio de radicalidad utópica.

"La clase social imposible" se presentó en el marco de Térbor Atzur 2016 en L'Estruch, Sabadell comisariado por Sergi Álvarez Riosalido
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